Nuestro particular Chernóbil
Apreciar no debería suponer esperar nada a cambio, en efecto. Una de las personas, a las que tengo gran afecto, insiste que en la vida todo es política. Evidentemente, para los que me conocen, sabéis que no estoy de acuerdo con esa afirmación, de hecho estoy totalmente en contra. Será para los que viven de ella como es, para los camellos, la heroína.
Nada es descartable, negarse a adquirir nuevos conocimientos o incluso incorporar otras formas de ver la vida, solo puede impedir un completo desarrollo personal. Solo los convencidos defienden a capa y espada su ideología y sus creencias, impidiendo así la posibilidad de incorporar, a su madurez particular, infinidad de experiencias históricamente demostradas. Si creyéramos que en la vida todo es amor, intuyo que sería complicado aprovecharse de los demás, inculcar un dogma o descalificar a los que piensan diferente. Al final, la política ha derivado en una lucha de poder a costa de parasitar, engañar y robar a las personas.
Ya ha ocurrido muchas veces a lo largo de los tiempos. Ocultar información es un arma infinita, manipularla solo es la munición, esta acaba terminándose. Y en este Mundo, que se mueve a ritmo de fibra óptica, donde la globalización solo está ralentizada por la logística, es muy difícil dar gato por liebre. Porque en un planeta de orden infinitesimal todo se sabe o se termina sabiendo cada vez con menos dilación en el tiempo.
En abril de 1986 explotó el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil, el mayor accidente nuclear de la historia. Podría poner muchos ejemplos pero me centraré en este, por conocerlo en profundidad, por haber estado allí. Quizá sea el último ejemplo sobre cómo no se debe actuar ante una situación tan grave, quizá fue la última oportunidad de intentar ocultar al mundo una catástrofe de semejante magnitud. Por aquel entonces, en la URSS, el Partido Comunista de la Unión Soviética (envuelto en la Perestroika) echaba mano de los prisioneros de conciencia para ocultar sus trapos sucios a la sociedad internacional. A Mijaíl Gorbachov se le tachó de traidor por intentar dar transparencia al incidente. La burocracia rusa bloqueó el flujo de información para intentar salvar los muebles, lo que provocó un gran descontento mundial, ante un inminente peligro de contaminación por radioactividad que podría haber afectado a todo el planeta. Un acto de imbecilidad supina. Os recomiendo la lectura de “Voces de Chernóbil” de Svetlana Aleksiévitch o para los más perezosos la mini serie de Craig Mazin “Chernóbil”.
34 años después no hemos aprendido nada. Vivimos en la idiotez diaria de la tele-basura, donde predominan, sobre la bazofia sensacionalista, los medios de comunicación partidistas y manipuladores. Esto, que ya de por si ensalza la parasitación del pueblo, es potenciado y promovido por la ineptitud de un Gobierno plagado de indoctos y una oposición tercermundista, que en conjunto forman el aparato político. Es decir, la componente de poder por encima de los intereses generales, de la salud y de la vida.
Covid-19, otro accidente con muchos paralelismos termonucleares. Vice-comunismo, desinformación, ocultación, falta de prevención y de nuevo “prisioneros de conciencia” que en este caso somos toda la población española (entre otras) las víctimas del peor virus que existe, la ambición.
No pasé miedo en Prípiat y quizá ese enemigo invisible me esté comiendo por dentro. ¿Cómo voy a temer a una simple gripe? ¿O no es una gripe? ¡Menudos hijos de Satanás!…por no faltar al respeto a tantas madres…