Alma compungida

© Ramón J. Usó

© Ramón J. Usó

Estaba sentada sobre el embaldosado con su trasero desnudo y su alma compungida, la llevaban a quemar.
La historia se repite una y otra vez, la misma plaza, los mismos asistentes, las mismas voces. Gritos y chácharas se amontonan alrededor del pilón donde la bruja va a redimir su alma.
Ocurrió en una aldea al norte de Francia. Algunos cuentan que fue descubierta junto con sus compañeras lésbicas alrededor de un profundo y oscuro caldero, recitando conjuros entre risas histéricas y bailando con sus pezones apuntando al viento. Ritual prohibido y perseguido hasta la saciedad por esa sociedad polivalente estructuralmente descompensada.
Llegó la hora, sus cabellos estaban enredados por el viento y amontonados por el pegajoso polvo que levantaba la muchedumbre al caminar a su alrededor. Querían observarla hasta el último instante antes de arder, insistían en revisar su mirada, beber de su miedo.
Entre el publico había muchas candidatas al auto de Fe y alguna que otra japuta que esputaba directamente a los labios de la endemoniada. Pronto su alma sería libre despojando sus harapos al son del fuego.
Al día siguiente un vaporoso y liviano humo negruzco ascendía lentamente abriéndose paso entre los barrotes de la torre del homenaje, cuentan los más viejos del lugar que el humo se convirtió en el látigo más terrible que vieron jamás. Todavía algunas noches de invierno se oye el estruendo del tétrico flagelar de aquellos que nunca descansarán en paz.