Las chanclas de Maria Dolores
© Ramón J. Usó 2008 – Borriana (España)
Maria Dolores era una mujer alta, soberbia, con largas melenas que iban desprendiendo aromas orientales a su paso entre la brisa. Tenía un puesto de venta de olivas en el mercado central, eso animaba su economía, que ya de por sí era bastante cenceña.
Los martes se levantaba a las cinco de la mañana, doblaba su camisón en cuatro pliegues y lo guardaba debajo de la almohada dándole unos golpecitos y despidiéndose de él hasta la noche.
Maria Dolores nunca encontró varón, era una mujer muy exigente, acabado el instituto abandonó toda esperanza de encontrar un compañero para toda la vida. Cansada de evocar, cansada de soñar con los ojos abiertos, decidió encerrarse en si misma creyendo que ahí estaba su felicidad. Su karma parecía menguar hasta el infinito, sus días transcurrían al abrigo de la gente mayor que le daba conversación. Ese era su mundo, su panteón.
Maria Dolores solo despertaba en verano, no se si alterada por los vientos del sur o por los cánticos de las cigarras. Se aliviaba de sus ardores cada fin de semana, al amparo de la luna y de una higuera mortecina. Terminado el éxtasis volvía a casa bordeando el riachuelo que refrescaba sus remordimientos.
Hoy Maria Dolores ha salido sin chanclas, con los pies desnudos, ha dejado su pijama en el suelo y siquiera ha cepillado sus largos cabellos. Llega al mercado, ni reconoce a sus clientes, ha dejado atrás un abismo de miedos que le llevarán directa a la vida o a la locura.
Mon 20/07/2007